Mitos y Leyendas México

Giger, Egipto y una oscuridad reptante

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El arte de H.R. Giger es un universo oscuro y fascinante que entrelaza lo biológico con lo mecánico, creando paisajes distópicos y figuras grotescas que desafían la percepción tradicional de la belleza. Suele fusionar elementos orgánicos con maquinaria, resultando en obras que evocan tanto admiración como inquietud.

Las obras de Giger exploran temas de la alienación, lo mitológico, y la metamorfosis, a menudo utilizando paletas de colores sombrías y texturas que simulan piel, metal, y otros materiales.

En Mitos y Leyendas hemos querido homenajear a este tremendo gigante del arte moderno, esto de la mano de Genzo, gran admirador del artista; quien, entre otras cosas,  participó en el libro que celebraba los 40 años de la película Alien, invitado por FOX. Además de ser invitado de honor del museo HR Giger Museum ubicado en el poblado de Gruyeres, Suiza.

Los dejamos con una narrativa de lo improbable e inadmisible, un cantar narrativo que nos habla de horrores encerrados en lo más profundo del Dominio.


El canto de la oscuridad imposible

1

En el silencioso desierto de Egipto, bajo el dominio de las estrellas, yace un secreto oscuro y antiguo que ni los vientos ni el tiempo han logrado borrar. Los escasos textos mencionan la Esfinge Negra, una entidad temida y venerada, ocultando en su seno la historia prohibida de un faraón, dioses olvidados, y un poder que desafía la comprensión humana.

Amenofis III, el faraón que soñó con la eternidad, buscó el conocimiento prohibido de los dioses para alcanzar la inmortalidad. Guiado por sus ansias de poder, se adentró en las profundidades del Imiduat, el inframundo, invocando a Thot, el escriba divino, y a Seshat, la guardiana de la sabiduría. De su travesía emergió con una reliquia terrorífica: la Lanza de Ra, capaz de perforar la realidad misma.

Los dioses, enfurecidos por la osadía de Amenofis III, invocaron a Nun, la esencia primordial del caos acuático, y a Montu, el dios guerrero. En un clamor por la restauración del orden, sellaron la Lanza de Ra dentro de un Frasco Canópico, una urna hecha de metal y carne, custodiada por la siniestra Esfinge Negra.

La diosa Buto, protectora de los reinos ocultos, construyó un santuario en el corazón del desierto. Este lugar, entrelazado con el metal y la carne de seres divinos, se convirtió en el reposo final de la esfinge y la urna. Aquí, Neftis, la diosa del ocaso y los lamentos, tejió los velos que separan el mundo de los vivos del dominio de los muertos.

II

En 1798, Napoleón Bonaparte, ansioso por emular las conquistas de Alejandro Magno y expandir su influencia en Oriente, organizó la Campaña de Egipto. Más que una invasión militar, esta misión fue también un esfuerzo cultural y científico sin precedentes, destinado a descubrir y comprender los misterios de la civilización egipcia.

Napoleón, un estratega visionario, llevó consigo un equipo de científicos, ingenieros y artistas, conocidos como la Comisión de Ciencias y Artes, para estudiar y documentar los tesoros de Egipto. Entre las maravillas que encontraron se encontraban templos antiguos, jeroglíficos desconocidos y artefactos que hablarían a generaciones sobre la grandeza de los faraones.

En una exploración cerca de Luxor, los soldados franceses tropezaron con una abertura en el desierto, que los llevó a la cámara sellada de la Esfinge Negra. Los textos antiguos habían advertido sobre esta entidad, guardiana de secretos que trascendían la comprensión humana.

El comandante de la expedición, Jean-Baptiste Kléber, un hombre curioso e intrépido, decidió explorar más allá de la prohibición implícita. Al manipular el Frasco Canópico y liberar la esencia sellada dentro de la Lanza de Ra, el equipo despertó a la Esfinge Negra.

Los arqueólogos, ahora fusionados con la tecnología ancestral y los restos de las divinidades, se convierten en grotescas abominaciones, sus cuerpos deformados y sus mentes atrapadas en un eterno tormento. La lanza, al resquebrajar la realidad, proyecta una luz cegadora que revela paisajes de horror y maravilla, donde las leyes de la naturaleza se disuelven.

III

Con la esfinge liberada, el santuario se transforma en un vórtice de caos. Las entidades de Nun y Montu, ahora desencadenadas, desatan una guerra cósmica, mientras Thot y Seshat luchan por restablecer el equilibrio. Neftis, en su desesperación, intenta cerrar el portal abierto por la lanza, sabiendo que el destino del mundo pende de un hilo.

La esfinge, en su último aliento, se funde con la lanza, sellando el portal pero dejando una cicatriz en el tejido de la realidad, una cicatriz que latirá eternamente en los límites de la comprensión.

La fascinación de Napoleón por Egipto, que comenzó como una búsqueda de gloria y conocimiento, se convirtió en un encuentro con lo insondable. La cripta, con la Esfinge Negra y la lanza, se selló de nuevo, enterrando no solo los secretos de Amenofis III sino también las intersecciones cósmicas de lo divino y lo mortal. Napoleón, aunque derrotado en Egipto, llevó consigo un entendimiento más profundo de los límites del poder y el conocimiento.

El santuario, ahora enterrado de nuevo bajo el implacable desierto, se convierte en una leyenda olvidada, un testimonio del horror y la majestuosidad de poderes incomprensibles. Los dioses, los secretos de Amenofis III, y la esfinge biomecánica se desvanecen en las arenas del tiempo, esperando, siempre, el próximo curioso que se atreva a desenterrar el terror cósmico que yace en las profundidades del Dominio.


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